Aún no había amanecido cuando me reuní con él.
La luna brillaba en el cielo, cómplice de una escapada que a buen seguro me saldría cara, mas no podía pasar un día, un segundo que tuviese libre, sin él... Tenía que beber de su esencia, de esa sonrisa perdida en el frío de nuestros sueños.
-¡Riley!- grité al tercer intento.
Mi grito lo despertó de lo que parecía un plácido sueño. Hacía unos minutos que había llegado, y allí, tendido, dormido sin preocupaciones, parecía un niño feliz, desconocedor de todo mal que acaecía este mundo.
Se incorporó de un salto, como si un resorte le obligase a ello. Aún confundido, entrecerró los ojos, para enfocar mi silueta en la escasez del día que aún estaba por nacer.
La ciudad aparecía hermosa, como en el día que le conocí. Allí estaba en pilar, medio enterrado en la nieve, y él, como en ese primer encuentro, recostado junto a él.
-¿Key?- preguntó con la voz ronca por el sueño.
-Perdóname por haberte despertado- le dije azorada- lo cierto es que no se me pasó por la cabeza la posibilidad de encontrarte dormido. Podría haberme ido, pero necesitaba oír tu voz- dije esta última frase entre susurros.
-No debería haberme dormido- confesó. Después acercándose a la columna de piedra, y acariciándola como si fuese su mascota añadió- en cualquier caso él guarda la entrada por mí-dijo refiriéndose al coloso de piedra. Entonces se acercó a mi para susurrarme unas palabras- no se lo digas a nadie, pero es mejor vigilante que yo.
Yo, estaba alucinando,¿ sería cierto acaso, que una piedra podría guardar la entrada a la ciudad?
Tras un breve lapso de tiempo, quise aceptar, que en aquella ciudad, que por propia iniciativa, elegía donde erigirse día a día, aquello era una posibilidad más que razonable.
-Eso sin duda, ¡menudo guardián si te quedas dormido!- le espeté.
Él sonrío, llevándose la mano a la cabeza. Con la mano alzada, sacudió su pelo, soltando un poquito de escarcha.
En mi mundo, la gente tenía caspa, no hielo en el pelo... sin embargo, pese a que él formaba parte de mi vida (la más importante, sin duda), era inevitable saber que no pertenecía a mi mundo y que posiblemente, jamás podría pertenecer a él.
-¿Te gustan las historias?- preguntó de pronto.
Quise decirle que no, que pese a gustarme yo quería hablar de él, entenderle, conocerle mejor... no obstante, lo que dije fue muy distinto, guiada quizá por el presentimiento de que aquella historia me haría entender uno de los muchos misterios que le incumbían:
-Sí... ¿vas a contarme una historia sobre ti?- pregunté curiosa
Él negó con la cabeza y después dijo:
-Voy a contarte porque soy tan mal guardián, y porque mi amigo- dijo señalando al pilar- ve el mundo mejor de lo que yo jamás podré ver.
Tras estas breves palabras comenzó a contarme la historia, de Soth, el guardián:
"Hace casi trescientos años, el mundo, había cambiado. La desidia, la incertidumbre... había hecho del hombre un enemigo peligroso, y ya por aquel entonces, no podíamos pertenecer a una misma generación sin que el resquemor y los celos invadiesen a unos y otros.
Así, la ciudad se embarcó en una soledad incesante, con el apremio de ser olvidados por todos aquellos, que nos temían y en los cuales había germinado el brote del odio.
Las diferentes puertas fueron custodiadas por seres de los distintos reinos. Cada trono, eligió a uno de sus mejores guardas, para conferirles el título de guardián.
De esta guisa, Soth, se presentó como uno de los primeros guardianes de la ciudad.
Tras varios años de inquina infructuosa, los humanos con los que convivimos, preocupados por sus quehaceres y sus respectivos problemas (la peste, el hambre, la pobreza...) fueron olvidando la ciudad que un día tuvo a bien de recibirles.
Soth, postrado aquí, en la última entrada del norte, percibía el mundo y su agitación.
Hacía años que había demostrado tener dotes, como vigía, gracias a los cuales había sido apodado como el "Halcón".
Sus ojos, percibían movimientos imperceptibles para el resto, en más de una ocasión había demostrado tener capacidades para volar, siempre dentro de la ciudad. Era un guardián realmente apreciado, mas pese a todo, se sentía tremendamente solo.
El dolor de los humanos, le dolía a él también. Y así, en la infructuosa tarea diaria conoció a la mujer que cambiaría su vida para siempre.
Una calurosa mañana de septiembre, frente a la ciudad apareció una mujer, la más hermosa que el guardián, en sus muchos años de vigía había visto.
Tenía la piel pálida y los ojos grises. Su pelo era larguísimo, le llegaba hasta las rodillas. Soth pensó, que los rayos del sol se habían adherido a su hermosa cabellera.
Aquella mujer, se llamaba Daisy. Ella fue la primera mujer en entrar a la ciudad tras la soledad a la que se había condenado ésta.
Soth, se enamoró de ella desde el primer momento.
Sus ojos relucían como nunca lo habían hecho, y supo, gracias a su don, que aquella mujer le correspondía, y que en parte ya era suya, tanto en cuerpo como en alma.
Suyo fue el ingenio de darle parte de su esencia para que después pudiese encontrar la ciudad olvidada, y con ella a él.
Su agudísimo ingenio, pronto le hizo ver, que aquella relación sería difícil, mas pese a todo, el amor que se procesaban rompía cualquier barrera.
Day (como la llamaba él) obviaba sus tareas, para guiada por una pluma de sus halas, que él le diera el día en que se conocieron, encontrar la ciudad perdida.
No fue tarea fácil. Cada día, la ciudad estaba más alejada de su alcance, no obstante, aquello en vez de exasperarla, era motivo de orgullo, pues superar cada día la barrera que el tiempo y las circunstancias les imponía, no era sino prueba de su amor.
Cierta vez, la ciudad apareció tan alejada del lado de ella, que tras recorrer kilómetros a pie, ya de noche, llegó a las puertas de la ciudad, para reencontrarse con un amor que le aguardaba con anhelo.
Sus bocas se fundieron en un largo beso, después a ese primer beso lo acompañó otro, y así, hasta que la noche se volvió día.
Day pasó la noche con el guardián, regalándole a éste lo que ya jamás podría pertenecer a ningún otro hombre, su frágil virginidad.
Todo parecía hermoso.
El mundo, tan cruel como era, había cambiado para estos dos enamorados, no obstante, aquella noche perdida, en la ciudad que antaño había sido olvidada, y esa felicidad encontrada fueron efímeras y pronto se convirtieron en desidia.
No sé bien que ocurrió después.
Cuentan, que una noche, guiado por los pasos de la joven enamorada, el padre de Daisy, encontró la ciudad olvidada, recordando toda la inquina acumulada años atrás.
Su hija, yacía en brazos del guardián, así, de poco sirvieron las súplicas de ésta. El padre de Daisy, mató a su amado, y después, cuentan, la dejó allí, recostada junto al que fue su único amor, llorando su muerte.
Dicen los que aún creen recordar este trágico suceso, que la mujer no se apartó de su lado hasta que hubo llorado cuantas lágrimas encontró. Después, reposando la pluma en el pecho de su amado, marchó para no volver jamás.
Cuando Day abandonó la ciudad, y devolvió el último fragmento de la esencia del guardián, éste se convirtió en piedra.
La leyenda cuenta, que aún hoy, el "Halcón" observa el mundo, cuidando del hijo, que nació de aquella primera noche. El primer y único humano que podría llegar a formar parte de nuestro pueblo. "
-Dicen que el alma de Soth, aún vigila la ciudad- miró a la columna- ¿eres un cabezota verdad amigo?- dijo Riley sonriente. Después me miró a mi- ¿Key estás llorando?
Yo asentí incapaz de pronunciar una palabra. ¡Pobre Soth y pobre Day! ¿Cómo podría vivir yo sin Riley?, ¿Cómo pudo ella vivir sin Soth?
-No seas tonta, ¿no ves que ahora me tiene a mi?- dijo Riley abrazando el pilar que un día fuera Soth.
-¡Cazurro!- le dije con una leve sonrisa en los labios.
-Eso está mejor- dijo sonriente- ahora tienes que irte, está amaneciendo, ¿no querrás faltar a clase verdad?- yo le miré con cara de "sí"- ni contestes- me imploró.
Yo me acerqué a él, y con un leve beso en los labios, poco más que un roce, me despedí de él:
-Hasta esta tarde- le prometí
Y tras estas palabras me marché, dejando en la ciudad a Soth, a Riley y a mi corazón, que desde ese día y para siempre, supe, ya jamás volvería a ser mío.